A lo largo de la historia, el hombre desarrolló una serie de técnicas para capturar pescados u otros animales que viven en el agua, desde la extracción a mano hasta el empleo de anzuelos, redes, trampas, arpones o venenos.
Se inicia con la romanización la explotación industrial del mar, que anteriormente sólo había sido una actividad depredadora. Las artes de pesca se hacen mejores y más grandes y se instalan factorías en tierra, las “villae”, donde se llevan a cabo los procesos de salazón. Durante la Edad Media cambia notablemente la coyuntura para favorecer esta industria con la implantación de las cuaresmas, el aumento de la seguridad marítima y el acceso a la sal procedente de Portugal, lo que hace posible su exportación a mercados mediterráneos. El avance en las artes de pesca, especialmente el empleo de cercos reales usado por los gremios de marineros desde el siglo XII, hace aumentar la captura de sardina, propiciando el acceso de distintos tipos de inversores al negocio pesquero, y haciendo que participen activamente en él los pescadores de las localidades costeras, los comerciantes y los poder señoriales.
Así es cómo nacen los gremios y cofradías de la mar; son estas corporaciones las que organizan tanto social como profesionalmente la actividad pesquera y la vida en las villas costeras gallegas mediante una amplia legislación contenida en las ordenanzas y disposiciones gremiales. Las ganancias obtenidas con la pesca eran tan generosas que una parte iba para la Iglesia, otra para las viudas, e incluso una parte a los cofrades heridos en accidente laboral. Gracias a estas contribuciones, fueron muchas las iglesias que se erigieron en el litoral gallego; un ejemplo fue la iglesia de Santa María la Mayor de Pontevedra, conocida como la Moureira, de igual nombre que el barrio de pescadores de esa villa, fundada por el gremio de marineros del Corpo Santo.
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